viernes, 30 de julio de 2010

Confianza ciega. Y negra.


Esto ocurrió hace mucho, mucho tiempo. Pero la galaxia no es tan lejana como podríamos suponer. Fue cuando la ley seca norteamericana fabricaba millonarios en forma de gánsteres y demás gentuza. El destino hizo que entre los criminales de carrera surgiera un asesino perfecto con cuerpo de mujer. Y a pocos pasos de ella, su némesis. Y entonces se cocinó el infierno.

Esto es, en pocas palabras, Daredevil Noir. Quizá la mejor entrega de todo el universo alternativo entreverado de pulp y cine negro de los superhéroes Marvel. Según la prescindible página de biografía de autores (lo digo con conocimiento de causa: en mi época de articulista en PdA tuve que escribir muchas, casi siempre como relleno para cuadrar páginas) el guionista, Alexander Irvine, es un escritor norteamericano cuya obra reconocida comienza en 1999 con el ensayo Towing Jehovah: Atheism, Orthodoxy, and Genre y que en la actualidad escribe libros (principalmente de ciencia ficción), comics y otras cosas relacionadas, además de ejercer como docente en la Universidad de Maine . Viva la wikipedia. La historia que pergeña en este DDN está repleta de clichés y tipismos de la novela negra, pero la propia existencia del género está circunscrita a esas mismas peculiaridades que devienen en norma. Así, tenemos engaños y enfrentamientos entre mafiosos, mucho poli muerto, boxeadores y tongos, un astroso detective privado y una femme fatale realmente mortífera. Añádanle un vigilante justiciero y la trama está completa. Dentro de este compendio no hay nada que resulte lento. Ni las escenas repletas de diálogo, tediosas en otras ocasiones. Los personajes tienen vida y pensamientos propios, y eso siempre es de agradecer.

El apartado gráfico corresponde a Tomm Coker (mal escrito en la página biográfica, por cierto), quien retrata de manera realista, excepcional, dramática, las vicisitudes del hombre sin miedo y del resto de personajes. También, wikipedia dixit, se nos informa machaconamente de que Coker es director de cine. De verdad, lo que menos importa en este número es que lo sea. A poco que se bucee en su filmografía encontramos Catacombs (titulada en España Muertos vivientes, porque aquí -ya saben- somos más chulos que nadie), y créanme si les digo que se me ocurren mejores formas de malgastar dos horas de reloj. Por eso veo poca relevancia al hecho de que reseñen lo de su cinematografía. Porque no lo dicen por justificar los encuadres que utiliza o cómo planifica las páginas, sino por relleno. Almas de cántaro: Hay ciertas cosas que, como el honor en la mili, más vale suponer. Lo que importa es que este DDN tiene viñetas antológicas, extraordinariamente dibujadas con saturación de contrastes propios del mejor Sienkiewicz, ayudándose de un pincel tan sucio como el pecado y la sabia utilización de tramas mecánicas opresivas, que casi obligan a su reproducción en blanco y negro (hubiese sido lo más coherente con la serie).

Casi pienso que no merece la pena destripar los puntos flojos de este tebeo, porque en conjunto resulta bastante resultón y agradable de leer. Aunque no puedo por menos que señalar con el dedo que nada se dice del origen de los poderes de Murdock (salvo que los ladrillos donde se golpea la cabeza sean radiactivos), que antes de erigirse en el vigilante protector Daredevil se dedicase al vodevil con el mismo nombre (¿dónde queda, entonces, la identidad secreta? y si no le importa mantenerla, ¿por qué disfrazarse?) o que el escritor tenga fijación por los términos hielo y agua como símbolos de dualidad, cuando en realidad son la misma cosa. En cuanto al dibujo, quizá el diseño de la máscara de Daredevil, con esos cuernos sobresalientes, no sea el más adecuado para alguien que se dedica a ulular por los tejados y dar saltos mortales, haciendo alarde de agilidad superhumana. Y hay una cosa que salta obligatoriamente a la vista: Una vez más el editor escoge para el tomo una de las peores portadas posibles, entre oficiales y alternativas.

Abreviando: DDN nos muestra una vida del superhéroe en tiempos oscuros, una vida que declina con toda la dignidad del mundo. Aunque sea a hostias.

miércoles, 28 de julio de 2010

Echando leche por un colmillo


Pongamos las cosas en su sitio. Nieve roja es un pestiño. No me vengo a referir al libro así titulado por los hermanos Garrido Polonio con el subtítulo españoles desaparecidos en el frente ruso, sino a algo más grave: otra entrega de la franquicia 30 días de noche. Sólo quiero llamar la atención del lector sobre el tema este de la franquicia. Desde que Steve Niles y Templesmith crearan la obra original del mes sin sol, ya me barruntaba yo que esto iba a convertirse en el equivalente comiquero de la saga cinematográfica de Mira quien habla. Hasta la fecha -y si el lector no está conforme, que me lo haga saber- hemos tenido 30 días de noche, Días oscuros y Regreso a Barrow por cuenta de Devir, y por parte de Norma, Historias de Chupasangres, Tres historias, Se extiende la plaga, Eben y Stela y esta Nieve roja.

En esta ocasión, el responsable máximo -guión y dibujo- del sanguinolento desaguisado es el australiano Ben Templesmith, que en ocho años de trayectoria profesional ha sido capaz de lo mejor (Fell, con guión de Warren Ellis) como de lo peor (hay donde elegir). No es el único. Algo de culpa hay que achacarle a Chris Ryall, editor de IDW, incapaz de mantener un baremo de mínimos a la hora de lanzar material a imprenta.

Como hipótesis de trabajo, pero sólo como hipótesis de trabajo, admito que se le adjudique la autoría del guión y por tanto existe la posibilidad de que a Templesmith se le considere guionista (disculpen: es la risa). La premisa, sin ser nada del otro mundo -nazis, vampiros y oscuridad- podría dar mucho juego. Pero el libreto de esta historia pasa por ser una mera anécdota, apenas un suceso lineal, estirado hasta lo indecible y mal contado, que no invita al lector a pasar la página, sino a cerrar el libro. Al lado de Templesmith, el aburrido y repetitivo Niles es Shakespeare. Y ya que me he despachado con la parte literaria, voy con la gráfica: El dibujo es directamente merecedor de fusilamiento en la plaza mayor. Sepa quien ésto lea que no es animadversión personal, sino constatación objetiva del hecho en sí. El descuido y la desgana en el trazo es el indicio más claro de ineptitud. Y cuando vean los caballos que (des)dibuja este señor, o lo que hace pasar por manos, o las desproporciones en las figuras, o la ausencia de fondos, o la (des)composición de ciertas páginas, me darán la razón.

De nada me vale que digan que las mayores influencias de Templesmith son Ashley Wood y Bill Sienkiewicz, porque se quedan en nada. También una de las mías es Bukowski y miren dónde estoy. El australiano es un vago -al menos en este número- que vive del rédito de la fama y de las argucias del photoshop. Quien defiende el estilo de Templesmith dice que consigue una atmósfera macabra y opresiva. Pero no se puede generalizar. Al menos, no en Nieve Roja. El acoso de la pesadilla de su lectura viene por la forma, no por el fondo. No hay filtro ni textura en el tratamiento digital de la imagen que resuelva un dibujo despreocupado, realizado a martillazos. De tal suerte que el desprevenido lector que a golpe de vista se pueda sentir seducido por el conjunto, terminará por agobiarse con tal despropósito que bien pudiera decidir colgarse, siquiera virtualmente, de una higuera.

Vale. Valoro al Templesmith portadista, porque tiene una capacidad de impactar ciertamente notable y más que demostrada (aunque en esta ocasión el editor español haya venido a elegir para este número la más facilona de toda la galería posible, que no la mejor). Sus ilustraciones revelan un estado de la realidad fantástica que inquieta y aterra, en el sentido exacto de las palabras. Pero la globalidad de Nieve Roja no pasa de ser un trabajo de fin de curso sin entidad literaria ni gráfica que se aferra al supuesto prestigio de la franquicia para vender a incautos como yo.

En fin. Está claro el próximo paso: 30 días de noche: mira quien chupa ahora. Con perdón de la mesa.

lunes, 26 de julio de 2010

El dibujante perseverante y su pincel humeante


El absurdo pareado con el que comienza esta entrada se justifica únicamente porque, con la mejor de las voluntades, se refiere a Jordi Bernet. Releí el otro día el libro de la colección Magnum que le dedica El Jueves Ediciones -editorial que siempre me ha parecido que edita demasiado y a demasiados- y volví a encontrarme con un universo de claroscuros, contrastes y viveza de trazos, que te devuelve la fe más que en la historieta española, en sus creadores.

Bernet, que aprendió el oficio de dibujar mirando a su padre (Miguel "Jorge" Bernet) y la virtud de la concisión estudiando a los grandes (Caniff, Robbins, Raymond), lleva 50 años en esto de las viñetas. Y decir simplemente que los lleva muy bien sería hipocresía. Llamar dibujante a secas a alguien que roza la genialidad es quedarse ridículamente corto. Hoy ya no hay -o no debe haber- lector que se precie que no conozca a Torpedo, a Clara de noche, a Sarvan, a Jonah Hex, a Tex o a -pronunciación cansada- Andrax. Otra suerte habrán corrido títulos menos conocidos, por arriesgados o delicuescentes. Pero no parece mala carta de presentación para un autor alguno de los títulos antes mencionados.

Este lujoso tomo de el Jueves está transcrito y escrito por Antoni Guiral y repleto de planchas originales, ilustraciones, bocetos, bosquejos, monigotes y hasta fotos donde el dibujante posa para usar como posterior referencia y se nos presenta igualico, igualico a Gene Hackman. Guiral es un tecnicórico (técnico y teórico) acostumbrado a lidiar con estos tochos. Y a hacerlo en los Magnum. Y realiza un trabajo meritorio, ofreciendo una perspectiva cronológica de la obra de Bernet en plan entrevista-río, donde el protagonista sale muy favorecido (hasta en la foto donde está meando en plan campestre). Pero por si la hagiografía resultaba pesada o monótona, se incluyen de tanto en tanto, como los ases en la baraja, testimonios de compañeros y sin embargo amigos de profesión de la talla de Macabich, Toth, Eisner, Segura, Kubert, Trillo; de editores como Navarro o Bonelli o de gente que pasaba por allí que, con mayor o menor acierto (hoy no hay aparcacoches que no se considere capacitado para escribir un texto), relatan sus amores y frustraciones en torno a la figura de Jordi Bernet.

Empero, este Magnum presenta varias cosas a mejorar: Para empezar, no se puede repetir la ilustración de portada tres veces (sobrecubierta, cubierta y portadilla), y se hace. No se puede abusar del material de Clara de Noche en detrimento de otro material gráfico por mucho que el personaje sea de la casa. No se puede dejar de numerar las páginas aleatoriamente, cuando hay espacio para hacerlo. No se puede -y esto ya es más subjetivo- publicar unas ilustraciones reguleras a toda página cuando se dejan otras mucho mejores al tamaño de un sello de correos. Y, sobre todo, no se puede escribir un libro sobre Jordi Bernet y no contar con el testimonio de Enrique Sánchez Abulí: El guionista que le ha obligado a dar lo mejor de sí mismo.

Bueno, vale, no hay que llegar a los límites de exigencia que no hemos querido tener con otras obras. Este libro es importante y valioso en tanto en cuanto está realizado con profesionalidad y admiración por el estudiado/homenajeado. Está muy bien editado, es completista y tiene un precio razonable. Algo que por desgracia no abunda en las estanterías de novedades de las librerías especializadas. Como nuestro bien y nuestro mal dependen de nosotros mismos, si no lo han leído -consejo de amigo- háganlo. La genialidad no es eterna.

Punto redondo.

sábado, 24 de julio de 2010

Bulimia hasta el infinito… y más allá



Dice un conocido guionista que escribir comics sigue siendo el mejor trabajo del mundo, porque consiste en estar todo el día sentado escribiendo mierda (sic) para luego verla en el 99% de los casos tal y como la había imaginado, si no mejor. Esto no lo ha dicho Jeph Loeb (como muchos de ustedes estarían temiendo) sino Warren Ellis. Y ha sido Ellis quien ha escrito las minisagas ultimate que conforman la epopeya Ultimate Galactus Trilogy (o UGT, con perdón). Digo epopeya y podría haber escrito Ellíada, que cuadra más con el resultado, que se resume –como dice Nick Furia- en un mensaje tan sencillo como grandilocuente: Los seres humanos pueden con cualquiera.

Realmente no sé dónde ni qué ha estudiado Ellis, pero da la impresión de que se siente fascinado por la tecnología y la ciencia (ficción). O eso, o maneja con gran soltura el Google y consume sustancias peligrosas para la salud. En este Marvel De Luxe de Panini se explaya a conciencia. La trilogía comienza con Ultimate Nightmare, que viene a ser un episodio de Expediente X con superhéroes muy bien dibujado por Trevor Hairsine. Continúa con Ultimate Secret, quizá la parte más farragosa y high-tech del conjunto, dibujada por Steve McNiven y Tom Raney, que ostentan algunas de las peores viñetas de todo el tebeo. Tras esto, un pequeño interludio a cargo de Mark Millar (adlátere aventajado de Ellis) y un cada vez más descuidado John Romita Jr, donde podemos conocer el origen del sistema de advertencia robótico alienígenala visión”, que se preocupa de construir una nave para salir por patas –metálicas- de lo que se nos viene encima… y de ponerse una capa!! (JRJR: te estás condenando). Y finaliza con Ultimate Extinction, desenlace chungo en cinemascope de la saga, ilustrado por Brandon Peterson cuyo dibujo hiperdetallado queda deslucido por el uso y abuso de tramas mecánicas (por no mencionar que le ha granjeado mi odio más absoluto).

Warren Ellis es el listo de la clase. Sabe narrar muy bien y dosifica la trama con escenas de diálogo y de violencia a partes iguales. Sabe dotar a sus personajes de una voz propia y tiene un gran sentido del espectáculo. Y en UGT nos muestra lo que podría ser la aterradora visita de Galactus (Ellis es más original y lo bautiza como Gah Lak Tus. Encantado de haberse conocido, al Capitán Marvel le llama… Mahr Vehl) a la Tierra. Sabiendo que a esa entidad se le considera un genocida a escala cósmica, cuyo apetito es insaciable, reúne a los X-Men, a los Ultimates, a los 4F, al Capitán Marvel y a un montón de secundarios totalmente reconocibles -aunque no cumplan sus roles historietísticos- con el objetivo de frenarlo en la medida de lo (im)posible. Y en el apartado gráfico, con menor o mayor acierto, todos los dibujantes cumplen con su cometido, aunque tengamos que soportar viñetas ridículas donde Sam Wilson hace una suma muy grande (Chiquito de la Calzada dixit) mientras habla con Furia, primeros planos de Reed Richards en plan Alfred E. Neuman o explosiones a doble página más cutres que una película de Ed Wood.

La edición, nadie se extrañará, es lujosa, cuidada. Lo que viene siendo habitual en Panini. Quizá sobra la página dedicada a las portadas del Ultimate Vision por no aportar nada al conjunto, y la última de bocetos de no-se-sabe-quién dedicados a no-se-sabe-qué (siempre que veo bocetos me sorprendo con las polladas de algunos dibujantes. En este caso, una flecha en el cogote de un personaje indica que lleva el pelico recortado en la nuca. Ay).

La conclusión a todo esto: Hay que leerse el UGT de una sentada para apreciar la coherencia del conjunto. Si es posible, con tres Red Bull en el cuerpo, para estar en igualdad de condiciones con el malhablado escritor británico en el momento de escribirlo. Y cruzar los dedos para que nunca jamás haya una segunda parte guionizada por Loeb: Ese tío sería capaz de solucionarlo todo con un balón intragástrico en la panza del Devorador de Planetas.

jueves, 22 de julio de 2010

Donde hay velo, hay alegría...


La obligación de todo buen historietista -según los cánones escritos, no escritos y hasta inventados por los maestros del tebeo- consiste en crear en algún momento de su carrera una obra de terror (escribo "terror" y no "miedo" porque muchos, aun en contra de sus intenciones, sólo consiguen eso: tebeos que dan miedo sin ser del género).

Así lo ha venido practicando el Torres durante largo tiempo. Lo del terror, digo. En su época fanzinerosa escribía historietas de 6-8 páginas, casi siempre dibujadas por Antonio Vázquez, que recordaban a los delirios comiqueros del Stan Lee de los 50. En su época de MegaMultimedia invocaba a las musas y se sacaba de la manga a Judas y Jezabel (otra vez con Vázquez), Nancy in Hell, con Juanjo RyP o, como editor, daba a luz a Trece, una revista de género con autores españoles adobada en sangre, vampiros, tripas y sierras eléctricas, con una pizca de añoranza.

Este año, sin embargo, ha roto el molde con El Velo. Sobre todo porque con su lectura llega un momento en que uno se pregunta: ¿Acaso tienes derecho a hacerme pasar miedo cuando te estoy comprando tu trabajo? Como soy por norma sincero yo mismo me respondo que sí, que claro. Porque, señores, El Velo es de (y provoca) Terror, así, con mayúscula y negrita. Y se trata de un placer masoca, que es cuando el lector se acojona, se recrea en el temblor y hasta se refocila sufriendo. Así somos los lectores de tebeos: frikis a conciencia.

El Velo es un gran comic en estos tiempos tan mediocres. Porque en él tenemos de todo. Tenemos a Christine Luna, la detective protagonista con una historia y un don maldito, tenemos policías, tenemos una ciudad típica norteamericana (cuasi stephenkingniana) y a sus extraños habitantes, tenemos flash-backs, misterios, infanticidios, asesinatos, al Hombre Babosa, accidentes de tren, escenas gore y muertos, muchos muertos. Y, además, odio y rencor y amargura y pus...

El Torres es un gran escritor. Ya lo he dicho muchas veces. Es un guionista todo terreno que lo mismo fríe un western que plancha una saga de fantasía heroica. Y es un dialoguista excepcional: las conversaciones entre sus personajes, y los textos de apoyo, son inteligentes, inteligibles, suenan reales. El dibujo de Gabriel Hernández, a ratos meticuloso y a ratos desvaído, siempre inquietante, atmosférico, dejando que lo escrito y la imaginación completen lo apenas sugerido por los trazos, es el complemento ideal (quizá, el pretexto) para que el conjunto sea tan aterradoramente atractivo. Y el círculo lo cierra una edición preciosista de Dibbuks, merced al trabajo de Ricardo Esteban Plaza, que denota mucho oficio y cariño por el resultado final.

Con todo -siempre hay un pero, amigos- la obra no es perfecta. Mientras que dos terceras partes de la historia están planificadas con plomada y tiralíneas, milimétricamente, y todo encaja como en un puzle de los caros, el desenlace se muestra bastante, muy apresurado, dejando que el clímax ruede cuesta abajo sin muchas ganas de poner un freno que, posiblemente, hubiese sido necesario para mayor claridad narrativa.

Pero no nos pongamos bordes ni pejigueros con lupa. Con El Velo tenemos una buena ración de alucinaciones y pesadillas. Un terror cercano, urbano y grave. Y la agradable novedad, la sorpresa, de que se trata de un señor tebeo hecho por dos españolitos de a pie y sin ínfulas, antes bien, tirando a normalicos. Que para un mercado tan ingrato y dramático como el español, es todo un hallazgo. Para que se vea que el Terror, si está bien parido, siempre nos deja un resquicio por el que evadirnos y disfrutar.

miércoles, 21 de julio de 2010

Ándense con ojo, majicos...



No sé a ustedes, pero a mí las cataratas me ponen nervioso. Por cataratas me vengo a referir a las pérdidas de transparencia del cristalino del ojo, y a las del Iguazú, ejemplo. En el caso que nos ocupa, El ojo mágico de Kelly, las hay de los dos tipos. Así que ya se pueden imaginar cómo me enfrento a su lectura.

En esta suerte de frenesí revival que le ha entrado de repente a PdA, El ojo mágico de Kelly viene a ser el divertimento más infantiloide todo el lote de (anti)héroes británicos de la Fleetway. Tim Kelly es el típico personaje que de puro bueno y noble es el arquetípico bobo king-size. En lugar de cobrar una pastizara en forma de herencia, es capturado por un policía corrupto que planea venderlo como esclavo. Salva de las pirañas a un viejo indígena que, agradecido, lo lleva al Templo de Zoltec donde encuentra el Ojo de la Vida Eterna: una joya que le proporciona invulnerabilidad total (excepto a su ropa), una excelente puntería y poderes mentales asombrosos. Y desde ese momento se emplea a fondo para luchar contra la injusticia alrededor del mundo... y del tiempo. Delirante.

El guión -o lo que sea- es de Tom Tully (sí, también hizo lo propio en ZdA) y resulta insoportable de ingenuo, plano y repetitivo; el dibujo es obra del siempre sólido, expresivo y dinámico, Solano López.

Que la nostalgia vende ya se dijo hace un par de entradas. Pero da la casualidad de que no todo vale. Y sólo el más que digno trabajo del dibujante -por muy mitómanos que seamos- no justifica la compra de este libro. O lo que es lo mismo, que a estas alturas, cincuenta años después de su publicación inicial, Kelly ha envejecido malamente: Su ojo está arrugado y sufre de glaucoma (sobre todo en la portada, ¡qué castaña de portada!).

Todo esto indica que a la hora de editar clásicos no se puede estar en misa y repicando. Si dicen que es la mejor edición hasta la fecha, hay que pedir affidávit. Porque ni está perfectamente reproducida ni la rotulación se ciñe a la original. Y que puestos a resucitar clásicos con la excusa de la nostalgia, más valdría echarle un un vistazo al Cachorro de Iranzo, ejemplo, antes que a la serie B inglesa.

Abrevio: El ojo mágico de Kelly es sólo apto para aquellos que, aun con vista cansada, no sufran en exceso con su lectura.

O lo que sea.

sábado, 17 de julio de 2010

De Torres y vigías


(Texto enviado a Malaka Studio a propósito de las críticas -españolas- recibidas por Juan Torres y su trabajo El Velo, y contestadas por él en el enlace)

Ay, Juanito, ¡Torre de herejes y de cristianos! ¿Qué nos tocará ahora, con la que está cayendo? ¿Cómo se iba a imaginar el fandom español que desayunaría una mañana soleada de junio, con la noticia de que un grupo de envidiosos pretende que se te tilde de mediocre? Si se buscaba sorpresa, el objetivo ha fallado. De sobra sabemos que en esta España nuestra, cuna de celos y resquemores, disparar al que despunta es deporte nacional. Y si un envidioso te tilda de mediocre, es porque él se sabe doblemente vulgar. Pero en todo caso, la polémica anda servida.

A lo mejor tenemos que preguntarle a estas lumbreras dónde han llegado ellos con sus guiones originales y su lucha diaria como editores. Porque, según parece, deben haber sido capaces de editar en España y Estados Unidos -no hay pega ninguna- y de vender sus trabajos a editoriales como Avatar, Dark Planet, IDW o DC.

Los mediocres envidiosos, digámoslo así, son unos entusiastas y unos estudiosos del diccionario enciclopédico de Cuadrado. O de los mamotretos semióticos de Gubern. Lo bastante como para que, en reuniones de frikis, les venga a la boca eso de “soy experto en comics”, aunque en su vida hayan escrito un mal diálogo o dibujado un mísero manchurrón.

A la hora de proponer que El Velo es un comic mediocre, el asunto va más allá de la mera crítica gratuita y cae de lleno en la olla en la que hierve el comentario subjetivo. Porque, sí, se puede criticar El Velo como se puede criticar cualquier cosa. Se puede decir que el final es un poco apresurado. Que algunos dibujos de Gaby se hacen borrosos o confusos. Que la reproducción podía haber sido a mayor tamaño. Que…

En la figura del Torres cristaliza muchos de nuestros anhelos. Me refiero a los anhelos de quienes llevamos el tebeo dentro. De los que hemos vivido por y para hacer y disfrutar de los tebeos. Hubo un proyecto para crear una zona cultural de comics hispanos (un gran parque temático de las viñetas) llamado MegaMultimedia, donde con más ilusión que beneficios nos rompimos las muñecas dibujando y escribiendo. Pero al final, después de muchos esfuerzos, se quedó en nada, según suele suceder tantas veces. Pero el Torres lo intentó una vez más, con Sulaco Ediciones. Editando, escribiendo, creando, arriesgando. Y los que nos quedamos más fuera que dentro, con algún desencuentro incluso, lo veíamos esperanzados por que llegase a buen puerto. Sulaco antes de convertirse en ruinas, y otra vez con el Torres, claro, se transformó en Malaka Studio. Y en esas está. Quiero decir con esto que en Malaka, en el Torres, y en El Velo hay sustancia. No es uno de esos lugares comunes que no echan gusto a nada, aburridos por la copia, la inoperancia o la fama injusta y mal administrada.

Escribí hace mucho tiempo que Juan Torres estaba llamado a ser el Stan Lee español. El tiempo y las envidias me están dando la razón.

Maldita sea la casa maldita



Coincidirá el lector conmigo -y si no, le voy a cobrar lo mismo- en que comprar un comic a ciegas (esto es: viendo solo la portada) entraña no pocos problemas. Vale. Lo mismo te puede pasar con un libro, con un disco o con una película; no así con el jamón cocido, ejemplo. Pero este blog es de comics y a los ellos me tengo que referir.

Después de una larga experiencia, llego a la conclusión de que comprar comics retractilados es someterse a la dictadura de la Editorial competente. Retractilar un tebeo no resuelve nada, sino todo lo contrario. Escamotea la libertad de ojear, de darse cuenta de fallos de impresión, de que el contenido no tenga nada que ver con la imagen de portada, de comprobar que el dibujante es un inepto...

Lo que cuento se ve claramente en The House of Mistery dedicado a Neal Adams. Con 36 de sus 84 páginas dedicadas a otras tantas portadas (dos de ellas repetidas por partida doble) mal reproducidas en tonos indescifrables de grises, cuando el material original es en color; con 34 páginas de historieta (algunas en blanco y negro puro, otras de nuevo en grises pastosos) y con 6 páginas de textos superfluos, no es más que un tomo penoso con el que el editor, merced al retractilado, nos toma el pelo y los dineros. Hasta el punto de que me siento estafado por PdA, por más que el texto de contraportada cumpla con su misión: "[...] en un solo tomo se reúnen todas las historias y portadas realizadas por el legendario dibujante [...]". En mi modesta opinión, sin el cinturón de castidad este que se han inventado para preservar la integridad anónima del contenido, uno, o sea yo, podría haber comprobado la pésima, insufrible calidad del material reproducido, y en virtud de mis intereses, haber optado por comprarlo o no. Posiblemente lo hubiese hecho, ya que Adams es uno de mis artistas favoritos. Pero, insisto, hubiese agradecido la oportunidad de ejercer mi libertad de elección tras ojear el libro.

Falta muy gorda esta de esconder el contenido para engañar con el continente. Los editores que usen y abusen de este artificio deberían sufrir suplicio en la plaza mayor, que en esto de los tebeos equivale a pocas ventas y saldar de mala manera el título. Mejor deberían, de persistir en la fechoría, parapetarse tras seudónimo (ellos y la editorial) que le eviten la vergüenza ajena.

martes, 13 de julio de 2010

La nostalgia (de acero) contraataca


Confieso -y afirmo- que me gusta ser honesto con los lectores, si los hubiere, de este blog. Y no por si me descubren en la mentira, sino por virtud. Para una que tengo, la exploto a conciencia. Y digo que, hasta fecha de hoy, la mejor edición de Zarpa de Acero que existe en España es la recién editada por Planeta-DeAgostini. Y eso, señores, en los tiempos que corren y para los estándares actuales de PdA, es digno de mención. O de acta notarial.

¿Qué es Zarpa de Acero (en adelante ZdA)? Pues ni más ni menos que un tebeo con alma de pulp, de novela barata, con un gafe por protagonista. En efecto, Louis Crandell tiene algo de cenizo. Sufre un accidente y pierde una mano. Le colocan una prótesis metálica. Vuelve a sufrir otro accidente, que ya es mala suerte. Una electrocución en toda regla. Pero hete aquí que en vez de achicharrarse y oler a pollo frito -conviene decirlo todo y no ocultar ningún detalle- consigue el poder de la invisibilidad. Al tiempo, como efecto colateral, se vuelve malo, convirtiéndose en una suerte de malvado eléctrico que comete maldades eléctricas. Pero después de un tiempo, merced al dictado del público o al cambio de parecer de los guionistas, el electrificado Hyde se redime en el electrocutado Jekyll.

Del guión poco se puede decir, salvo que es ingenuamente pueril. Nada físicamente correcto. Facilón hasta la nausea, repitiendo clichés de malos muy malos escudados en una tecnología futurible y de mafiosos de tres al cuarto. Cosas de una época en la que James Bond era el héroe a imitar. La reproducción del tebeo, a golpe de vista, da un poco de repelús y agobio gráfico, de tan negras que se nos aparecen las viñetas. Tal como si se hubiese destintado la pluma o volcado el tintero. Pero esa es la primera impresión. A poco que nos fijemos, el trazo siempre elegante y ajustado a proporción del gran Jesús Blasco comporta una composición de página altiva, ágil y vigorosa. Son viñetas, y por ende, planchas que de cerca lucen y da gusto remirar, vaya. Puestos a mejorar, un mayor tamaño del papel redundaría en mayor claridad de líneas, pero aún así hay que reconocer la calidad del material reproducido.

¿Dónde se guardaba semejante divertimento? Pues vete a saber. Pero veo bien que se promocione, 50 años después, una obra digamos menor, pero con clase, antes de que nos impongan novedades supuestamente rompedoras. Eso no significa que desde este blog se vaya a hacer boicot alguno a los comics modernistas o transgresores. Pero hay que poner las cosas en su sitio. Yo, como lector, prefiero tebeos de este tipo a los comics atormentados del tipo que edita Ponent, ejemplo. Quiero disfrutar leyendo. Pasar un buen rato. Por eso me apunto a promocionar los que me hacen sentir así.

Una pequeña puntualización: La portada no deja de ser horrible. Y aprovechando el revival, puesto que se han atrevido a remozar el título de Kelly ojo mágico por El ojo mágico de Kelly, deberían haber hecho lo propio con Zarpa de Acero. Steel Claw puede pasar por Garra de Acero si nos atenemos a una traducción más fiel al personaje. Una zarpa no puede mover los dedos con independencia, una garra sí. En fin. No nos desviemos. Lo mismo que existe la Real Academia de la Lengua, podría crearse la Real Academia del Tebeo y todos seríamos un poco más felices. O no.

Resumiendo: Un tebeo de los de antes, para disfrutar mientras se lee y leer mientras se disfruta. Con el aliciente añadido de comprobar cómo el estilo de Blasco sigue vigente como el primer día. Y adquirir conciencia de que sin su trabajo –en esta y en el resto de su obra- careceríamos de otros insignes autores que han seguido su estela, caso de Sommer (no solo por motivos artísticos) o Brian Bolland, que puede considerarse un alumno aventajado.

Zarpa de Acero, ZdA, tiene, pues, su ventaja: Sarna con gusto, no pica. Fíjense ustedes qué cosas…

domingo, 11 de julio de 2010

Cuando llueve en el infierno


Advierto de que el texto contiene spoilers a capazos. Y empiezo:

En este título de la irregular línea Vertigo, la idea ni siquiera es original. John Constantine entra a concursar en un Gran Hermano inglés. O infernal, ya puestos. Un grupo de concursantes del reality que no saben ni se acuerdan de que están muertos participan en el programa con los estereotipos de rigor. Tenemos al chuleta, a la introvertida, al pasota, a la sensible, a la incomprendida y al intelectualoide (porque lleva gafas). Todo esto en un escenario controlado con apariencia de casa encantada, que no será tal. Detrás del comic están Ian Rankin y Werther Dell’Edera.

La biografía oficial de Rankin informa de que, antes de ser escritor a tiempo completo, trabajó como vendimiador de ocasión, cuidador de cerdos, periodista y músico punk. Por alguna extraña razón, me lo puedo llegar a creer todo. Su guión, aquí, es demasiado irregular. Es como una inmensa uve doble: una gran caída inicial, una tímida remontada, otra caída brusca y… punto. No hay remontada final ni se la espera. Por eso digo que es como una inmensa uve doble. Porque no llega a serlo. El inicio es soporífero, que es lo peor que le puede pasar a una historia. Si los primeros cinco minutos de lectura no solo no te motivan a seguir, sino que logran hacerte bostezar, mejor te vuelves con los cerdos. Después viene el puntazo. El momento “sexto sentido”. Incluso aparece de forma gráfica, porque las páginas se tiñen de oscuridad, con los márgenes y las calles entre viñetas negros. Pero no estoy seguro de que aguantar 119 páginas de mediocridad para sumergirse en un submundo deudor de Clive Barker merezca la pena. Y eso que es lo mejor de todo el tomo. Mi umbral de tolerancia a los cenobitas se encuentra en la primera entrega de Hellraiser. Punto. Se me queda pendiente la semántica visual que hace entre nombres de grupos británicos y estados (alterados) de ánimo de algunos protagonistas, los instantes gore (prestados, también, de Barker) y el concepto poltergeistiano del televisor como umbral entre dos mundos. Pero es que ya lo hemos visto todo con anterioridad y, sí, con mayor brillantez.

Aunque lo peor con diferencia del libro es Werther Dell’Edera. Un dibujante italiano que parece conocer el oficio pero se revela limitado como él solo. Escudándose en una línea seudoesquemática, maldibuja personajes y escenarios, prestando atención únicamente a los primero planos. E incluso ahí resulta repetitivo hasta la nausea. Las únicas viñetas donde parece lucirse son plagios directos de la escuela Kubert. Mal planificador, desaprovecha cualquier oportunidad de lucirse, como en la viñeta donde pretende homenajear la icónica imagen de Nicholson en El Resplandor (here’s Johnny…) que tiene menos fuerza que el champán de seis céntimos. O alumbrando escenas realmente ridículas. Como cuando Constantine exige un cigarro y recibe el pitillo y una sola cerilla para prenderlo (en una de las viñetas peor dibujadas de la historia) y exclama “muy bueno”. ¿Muy bueno? ¿Que le dé sólo una cerilla? ¡Si se encuentra en una habitación repleta de velas encendidas donde poder hacerlo!

Un libro, en definitiva, intrascendente y perfectamente olvidable. Quizá por eso se venda debidamente retractilado. Porque todos sabemos que la televisión basura es mala, pero de ahí a que te lleven los demonios…

viernes, 9 de julio de 2010

Lo que viene siendo una presentación


Apreciado y sufrido lector: Con el permiso (forzado, of course) de la autoridad competente, me vuelvo a echar al monte de mi derecho a opinar y/o -táchese lo que no proceda- criticar lo que me parezca conveniente. Y lo hago de forma electrónica porque los fanzines fotocopiados (mis Mea Culpa y No Me Jodas, Pérez, ejemplo) han pasado a la historia. Hoy, ahora, o editas y publicas en cuché o no eres nadie. Y como ni dispongo de posibles para semejantes lujos ni creo que el personal esté por la labor de comprarlos, en vez de protestar, me subo al carro de la tecnología.

Nunca he presumido de ser certero en mis pareceres, conocer la verdad absoluta o, incluso, tener buen gusto. Carezco de doctorado en comics y mi palabra nunca ha sido ley. Pero cualquiera que me conozca sabe muy bien que me caracterizo por decir lo que pienso, pensar lo que digo y, además, hacerlo sin faltas de ortografía. Además, he participado lo suficiente del proceso creativo del comic –y también del destructivo- como para tomarme en serio mis propias palabras. Con ello pretendo divulgar, con más o menos malicia, que este humilde servidor de ustedes se siente justo y a veces hasta necesario en la difícil tarea de la crítica.

No soy de los que disparan sin apuntar, que los hay. Los opinadores ya no somos lo que éramos. Desde que Cuadrado publicitó a todos los aires las virtudes y defectos de los que hablamos del resto, la gente nos considera aún peor, si cabe.

Si este blog mío se atiene o no a las reglas de la urbanidad, de lo cultural y políticamente correcto, es algo que no me compete. Ya me juzgará la jerarquía eclesiástica, los educadores para la ciudadanía y aquellos sumos sacerdotes del tebeo que sientan cátedra, aún sin haber hecho jamás la “o” con un canuto.

Agradecido por la atención que de seguro me habrá dispensado el aficionado, se despide de ustedes, abriendo la veda, éste que lo es.