miércoles, 13 de junio de 2012

El sabio procaz


Cuando se compara a Will Eisner con Calpurnio, la cosa se hace odiosa. Porque no se puede comparar la virtuosidad y el magisterio con el puro artificio y la cochambre. Es decir, atendiendo a cuestiones meramente objetivas y dejando aparte fanatismos que sólo enriquecen la nada más absoluta. Así pasa en todos los campos del arte, que detesta la mediocridad con el tema de las semejanzas. Ejemplo: Peter Gabriel frente a Lluís Llach. Lawrence Olivier ante Fernando Tejero. Velázquez vs. Tàpies. Y así. No hay por dónde coger la similitud.


El campo de la literatura no es ajeno a esta realidad. Y el de la literatura de divulgación, menos aún.


Algunos recordarán un libro aparecido allá por el 2006, La física de los superhéroes, de James Kakalios, editado por Ma Non Troppo (sello de Robin Book dedicado a la divulgación científica).  Sin ser nada del otro mundo, cumplía decentemente (o debería decir docentemente) su función. Acercar con un lenguaje asequible al público más general -bien que relacionado con los comics- conceptos y leyes básicas de la física basándose en gestas y/o poderes de los superhéroes más conocidos.


Pues en el 2011 llegó Sergio L. Palacios, profesor de física de la Universidad de Oviedo y émulo fallido de Kakalios, para perpetrar Einstein Vs. Predator, en la misma editorial. Lo que viene a ser booksploitation. Yo tuve la desgracia de comprarlo ayer. Hacía tiempo que no abandonaba tan rápidamente un libro. Llegué, venciendo al sueño y al buen gusto, hasta la página 36. Pero uno, que ya no está para remates, se aburre de leer en tan poca hoja sandeces como “cuesco”, “ojete”, “orificio anal”, “volar raudo y veloz cual felino intrépido”, “culito-mundo”, “cómorrrr”, “la tía es más fea que pegarle a un padre con una vara de avellano mientras duerme la siesta en el sofá de casa”, “ojete” (dos veces más... Freud, tienes un caso aquí), amén de una prosa farragosa que vale menos que un pagaré a nivel literario, y absolutamente nada al divulgativo. En serio. Es una cosa pesada y sin fuste que, caso de ser leída en público, provocaría el vuelo de tomates. La divulgación científica está para ensanchar el conocimiento, para enriquecer el saber, para animar la inteligencia. Mucho ojete, cuesco, culo, teta, caca y pis es, básicamente, una inutilidad. 


De cualquier atolondrado no espero más que tonterías. Paridas, ya sean de mucho reírse o nada, como es el caso. De un profesor universitario, espero algo más que aburrimiento y chabacanería. De una editorial seria, espero algo de rigor (científico o literario, si no pueden ir ambos de la mano). Y de ustedes... espero que lo pasen bien y tengan buen día. 

martes, 12 de junio de 2012

El código Sommer

Vuelve a estar de moda -y lo veo bien- referirse y ocuparse de lo que se llaman "maestros" del tebeo español. Por maestros se entiende aquellos autores conocidos por las minorías y olvidados por la turba. Esos a los que a veces, llamar maestros sabe a poco. Es lo jodido, por injusto e incluso grave.

Ya que algunas editoriales andan metidas en faena, reivindicando el trabajo de estos autores -indispensables a todas luces-, parece llegado el momento de que se haga de una manera un poco más decente. Entiéndase: la decencia a la que aludo no consiste en el trabajo del autor ni al esmero del editor de turno, sino a la esencia del trabajo editado.

Porque reivindicar al desaparecido Manfred Sommer con un tomo de Tex, sabe a bien poco. Al menos, con el tomo editado (cuasi primorosamente, añado, como un Juan Manuel de Prada venido a menos) por Aleta Ediciones que lleva por título Mercaderes de esclavos. Porque leerla, o intentar hacerlo, puede suponer un ataque de erisipela por parte del ingenuo y desprevenido leedor.

Los guiones de Tex, salvo honrosas excepciones (y en próxima entrada hablaremos de una de ellas), son pueriles a la par que manidos. Y aburridos hasta la náusea. Porque se trata de historias impresentables, de aquí me las den todas, de alabar al protagonista, de prometer y no cumplir, de doscientas y pico páginas de puro relleno... Y, en ciertos casos, rozando lo ridículo. Por desgracia, Mercaderes de esclavos es una de esas. Una historia impresentable por presuntuosa, facilona y estomagante. Un insufrible spaghetti western sinónimo de la más peyorativa serie Z.

Claudio Nizzi, al que debemos considerar guionista por hacer caso a los créditos, no pasará a la historia del Tebeo por este Texone. O sí. Todo depende de cómo enfoquemos el ranking. Como no me sobra tiempo ni espacio, le dedico sólo una frase: Pensar en lo que ha escrito deprime, y pensar en lo que escribirá, angustia.

Sólo la presencia de Sommer justifica la compra del tomo texiano. Manfredo (yo le llamaba así, y nunca me lo discutió) resuelve las páginas con su maestría habitual. Su narrativa, clara y estilizada, hace fluir la (in)acción de un panel a otro de manera sutil y eficaz. Ejemplo: Hay una secuencia de 6 viñetas que muestra el salto desde un árbol del protagonista para derribar a un oponente a caballo. 6 viñetas. En Marvel con 6 viñetas te muestran como se arrasa una galaxia de tamaño mediano. En Tex, no. Por eso hace falta un dibujante con mucho oficio para cambiar de plano, de perspectiva, no equivocarse con las sombras y otorgar a la página cierta celeridad que anime a seguir leyendo. Sommer lo consigue. Las páginas se concatenan sin esfuerzo. Se puede permitir el lujo de sugerir fondos, volúmenes y texturas con dos, tres brochazos de pincel seco. El trabajar con ampliadora a partir de bocetos le permite sublimar las líneas, dejando un esqueleto más que suficiente para no recargar los negros en la página, lo que redunda en la agilidad de la lectura.

Hay, con todo, un enigma que me interesa compartir. Manfred Sommer, como tantos dibujantes de la época, era un autor que se hacía reconocer por su estilo y por su firma. Tanto uno como otra son siempre reconocibles. Y en este Tex hay no una, sino dos y hasta tres firmas distintas del maestro. Si es que las tres son suyas. En la página 23 encontramos una firma que la coquetería propia de Manfredo nunca hubiera permitido que viese la luz. Las de las páginas 55 y 61 ofenden al perito calígrafo que habita en mí si las comparáis con la clásica que vemos en la 66. Y jamás de los jamases haría efectivo un cheque firmado por quien hizo la de la página 100. Alguien pensará que me aburro, y es posible que no se equivoque. Pero, como he manifestado, sólo me ha interesado el aspecto gráfico de este tebeo. Digamos que soy un kamikaze que actúa en defensa propia. Y casi afirmo que el misterio de las firmas tiene una respuesta casera.

Para finalizar, la edición de Aleta es correcta, aunque con fallos. Ya en la página 5 bautizan al dibujante como Mamfred, con dos emes. En la 16, escriben siguié por siguió. Y así. Dejando en evidencia al corrector ortográfico o al redactor de cierre.

Es lo que hay.

He vuelto...

Como decía aquel: El hombre pondrá el pie en Marte en el 2026.

—Lo siento por Marte.

Pues eso.

Lo siento por ustedes.

Estoy de vuelta.