Aclarando que no es la biografía definitiva del genio inglés, Alfred Hitchcock, una vida de luces y sombras (Patrick McGilligan. T&B Editores. 704 páginas) es de los libros más completos que he tenido la oportunidad de leer. Lo que refleja no es más que la obsesión de un artista por llevar el cine más allá de los límites conocidos en su época. Hay notas biográficas, obviamente. Pero el autor hace más hincapié en la gestación de sus películas (problemas con los productores, con la censura, su trabajo con los guionistas, indicaciones a los actores...) que a la vida íntima del director. Donald Spoto hizo lo contrario, y gracias a él supimos que Tippi Hedren dijo de Alfred que era tan genial como nocivo y pervertido, mientras que Kim Novak aseguraba que Hitch no era el depredador sexual que se decía. Cada uno cuenta la feria como le va en ella.
McGilligan narra la ambición con mayúsculas de Hitchcock, que ciertamente corría pareja a su humanidad. Y es realmente interesante comprobar cómo supo exprimir su enorme conocimiento del medio cinematográfico para llevar, como autor inmenso, todas sus creaciones a un paso de la inmortalidad y dejar perlas de sabiduría popular como ésta: La duración de una película debe ser directamente proporcional a la resistencia de la vejiga humana.
Ahora, si me disculpan, he de ir a miccionar.