martes, 28 de julio de 2015

Poniéndose las gafas de ver

No me extraña que el cine actual esté en crisis. Solo hay que asomarse a la cartelera para que, a base de refritos, reboots, repeticiones y reincidencias, se le quiten a uno las ganas de perder tiempo y cuartos en las salas comerciales. Por suerte, tenemos mil formas de rescatar películas clásicas que nos permitan disfrutar de hora y media de evasión y de una bolsa de palomitas tamaño XL. Ejemplo: Están vivos (‘They Live’, John Carpenter, 1988).

Menospreciada en su estreno -como casi todas las películas del director a excepción de The Thing-, una revisión actual permite descubrir una amalgama de conspiración hipnótica, fantaciencia alucinógena, humor cruel, optometría bizarra, provocación malsana y mala leche sin tapujos que funciona con precisión de relojero suizo. Una peli sin apenas presupuesto (a lo Roger Corman o aún peor), con un reparto delirante (el wrestler Roddy Piper como remedo de Kurt Russell es impagablemente casposo) y un guión francamente mejorable, pero que cumple dignamente con su cometido pudiéndose permitir incluso homenajes a John Ford y Howard Hawks sin que el conjunto chirríe.

Lo mejor, su falta de complejos.
Lo peor, algunos mensajes subliminales que ya se han cumplido.
El resto, un descubrimiento.

Sí, el aburrido cine actual me persigue. Pero como dicen las camisetas de algunos guiris, yo soy más rápido.

Adenda: El pasado 30 de julio falleció Roderic George Toombs, más conocido como Roddy Piper en el mundo de la lucha libre, y protagonista a la sazón de la película correspondiente a esta entrada. Posteo uno de los carteles originales del clásico de Carpenter y el del fantástico homenaje que le brindan a Roddy, que seguirá repartiendo mamporros allá donde corresponda. Amén.

 

sábado, 25 de julio de 2015

Y cosas por el estilo...

El gusto es mío y la novela, de Vonnegut.
El desayuno de los campeones, la novela que me gusta, es ciencia ficción, sátira social, humor negro, un libro de definiciones y un manual de los jóvenes castores. Así, tótum revolútum. Es la más significativa de su autor, al menos para mí. Para la crítica suele ser Matadero 5. Seguramente por confrontar la inocencia con el apocalipsis bélico. Pero ahí, en Matadero, también hay ciencia ficción y sátira social y humor negro negrísimo y sinsentidos varios. Porque leer a Kurt Vonnegut implica precisamente eso: esperar lo habitualmente inesperado. Hace de las novelas un juego interminable de muñecas rusas, cajas chinas y un par de huevos Fabergé. Es el hombre de las preguntas, que suelen ir desde las más elevadas hasta las más ridículas e insignificantes. Pero más vale que no se convierta en el de las respuestas porque, en sus propias palabras, es duro aceptar el caos, ¡pero puede hacerse!
El desayuno de los campeones tuvo una desafortunada versión cinematográfica dirigida por Alan Rudolph y protagonizada por unos desorientados Bruce Willis, Albert Finney o Nick Nolte entre otros. Incluso contó con un cameo del mismísimo Vonnegut. Pero fue incapaz de levantar el vuelo o de forzar siquiera una sonrisa. La magia de la novela no es extrapolable a imágenes, salvo en manos -quizá- de un Terry Gilliam pasado de vueltas y más (sí, más) esquizofrénico que nunca.
Atesoremos el libro, pues. Una de las mejores novelas jamás escritas. Tan buena que cuando quieran convencer a sus conocidos de por qué deberían leerla, no tendrán más argumento que acabar dibujando lo siguiente:


jueves, 16 de julio de 2015

Una vida de película (animada)

Cuenta la leyenda que antes de que la informática monopolizase la imaginación, existió el noble arte de los efectos especiales. Y que uno de sus mayores artesanos fue Ray Harryhausen. Aún hoy, con el hartazgo de dinosaurios, superhéroes y naves especiales hiperrealistas que sufrimos, sus minuciosos, ingeniosos y mágicos trabajos levantan admiración entre los espectadores. El que suscribe, que no es nadie, tiene a Jasón y los Argonautas entre sus películas de culto.
La animación dimensional del Dynarama dio vida a personajes fantásticos, batallas míticas y toda clase de ingenios fotograma a fotograma. El productor Charles Schneer decidió asegurar las manos de Harryhausen en el rodaje de Simbad y la princesa por un millón de dólares: su prestigio era tan valioso como su talento. George Lucas, Steven Spielberg, Tim Burton o Peter Jackson han reconocido su admiración por este pionero de la ilusión en celuloide. Su huella es enorme, tirando a infinita.
Toda su carrera -incluyendo proyectos no realizados-, con profusión de material gráfico (pósters, fotografías, bocetos, fotogramas, viñetas), se encuentra condensada en las 286 páginas del libro Ray Harruhausen, el Mago del Stop-Motion, escrito con la precisión de un relojero suizo por Carlos Díaz Maroto y editado magnífica, primorosamente, por Calamar Ediciones. Vida y -sobre todo- milagros de un genio que dio vida a leyendas mientras convertía su trabajo en algo legendario.

miércoles, 15 de julio de 2015

Vértigos, psicosis y demás peplas

Aclarando que no es la biografía definitiva del genio inglés, Alfred Hitchcock, una vida de luces y sombras (Patrick McGilligan. T&B Editores. 704 páginas) es de los libros más completos que he tenido la oportunidad de leer. Lo que refleja no es más que la obsesión de un artista por llevar el cine más allá de los límites conocidos en su época. Hay notas biográficas, obviamente. Pero el autor hace más hincapié en la gestación de sus películas (problemas con los productores, con la censura, su trabajo con los guionistas, indicaciones a los actores...) que a la vida íntima del director. Donald Spoto hizo lo contrario, y gracias a él supimos que Tippi Hedren dijo de Alfred que era tan genial como nocivo y pervertido, mientras que Kim Novak aseguraba que Hitch no era el depredador sexual que se decía. Cada uno cuenta la feria como le va en ella.
McGilligan narra la ambición con mayúsculas de Hitchcock, que ciertamente corría pareja a su humanidad. Y es realmente interesante comprobar cómo supo exprimir su enorme conocimiento del medio cinematográfico para llevar, como autor inmenso, todas sus creaciones a un paso de la inmortalidad y dejar perlas de sabiduría popular como ésta: La duración de una película debe ser directamente proporcional a la resistencia de la vejiga humana.
Ahora, si me disculpan, he de ir a miccionar.

martes, 14 de julio de 2015

A golpes con la vida y la bebida

Hay pocos tipos como Manuel Alcántara. Poca gente con una mente tan lúcida a los 86 años que siga escribiendo diariamente, desde hace más de 50, columnas de 27 renglones donde condensar una mirada ya de vuelta de todo.
Alcántara es un enamorado: De la vida, de la poesía, de la literatura, del Dry Martini (al que llama "cuchillo disuelto"), de la amistad y del boxeo. Precisamente, este librito va de eso: La edad de oro del Boxeo. 15 crónicas de otros tantos asaltos narrados telegráficamente en primera persona, con una prosa directa, visual, reconfortante. 204 páginas de periodismo puro con olor a resina y crochets de izquierda directos a la imaginación más visceral. Tanto, que en un momento fatídico sentencia: No es agradable contar cómo un hombre muere a puñetazos. Y consigue helarte la lectura entre las manos.
Manuel Alcántara solo tiene un defecto. Y es que, como dice su amigo Garci en el epílogo, no tiene recambio.
Aprovechemos, por lo menos, los asaltos que aún nos quedan.

domingo, 12 de julio de 2015

Volver a empezar a leer: los infinitivos de Garci

Domingo: Ibuprofeno para la cabeza. Diclofenaco para la contractura. Y un buen libro hasta que todo haga efecto. 
Hay quienes piensan que José Luis Garci es un director de cine coñazo, y puede que estén en lo cierto. Pero -créanme, no miento- hay que leerlo para descubrir otra faceta suya completamente distinta y mucho más interesante. 
Iba detrás de este librito hace tiempo. Editado en 1976 y localizable solo en circuitos de coleccionistas de segunda mano. Se lee en apenas una hora. Se disfruta durante mucho más tiempo. 
Garci, con buen criterio, siempre ha sido devoto de Ray Bradbury. Y eso se nota en cada párrafo de La Gioconda está triste y otras extrañas historias
Tiene poco que ver con el cineasta coñazo. Justamente al revés. 
Es el libro de un tipo que ama la literatura fantástica y que sabe escribirla con la mano de los clásicos.

lunes, 27 de abril de 2015

Viñetas de un pasado futuro

A veces las casualidades me molestan una barbaridad. Unas por ridículas. Otras por dramáticas. Las más, por absurdas. Hace unos meses vi -y olvidé- la película X-Men Días del Futuro Pasado. ¿Que si me gustó? No, hombre, no. Qué dice usted. ¿No acabo de escribir que vi y olvidé? Pues eso. Pero reconozco que de la peli hubo imágenes que se quedaron en el poco inconsciente que aún conservo. Y de entre esas imágenes, una que machacona, insistentemente, se me aparecía en sueños. La de un Lobezo sentado, recién acribillado, bebiendo güisqui. En lugar de borrar la dichosa escena, me dio por ponerme en estado alfa (solo lo entenderán quienes hayan completado el método Silva o se embaulen tres Voll Damm de golpe) y la solución se me apareció como en un dibujo animado de esos que empiezan girando vertiginosamente para terminar en un primer plano inclinado con fanfarria: Esa misma imagen la habíamos plasmado nosotros en el segundo número de Mortualia. Número que se creó en julio de 1999 pero no se publicó (ergo, no se cobró) por los motivos que Megamultimedia estimase oportunos, del que atesoro tanto sus planchas originales como sus archivos psd coloreados por los Gallego Bros.
Y helo aquí.
Mi memoria visual me falló un poco, porque recordaba a Plaga -el protagonista de la historia- también cosido a agujeros humeantes (en una viñeta anterior él mismo se extraía los proyectiles del cuerpo), pero el bueno de mi hermano decidió colocar apósitos y vendas sobre las heridas. Un detalle profiláctico que no desmerece en nada el propósito de esta entrada: el juego de las casualidades o de las diferencias. Tampoco veo yo muchas entre una y otra cosa.