domingo, 11 de julio de 2010

Cuando llueve en el infierno


Advierto de que el texto contiene spoilers a capazos. Y empiezo:

En este título de la irregular línea Vertigo, la idea ni siquiera es original. John Constantine entra a concursar en un Gran Hermano inglés. O infernal, ya puestos. Un grupo de concursantes del reality que no saben ni se acuerdan de que están muertos participan en el programa con los estereotipos de rigor. Tenemos al chuleta, a la introvertida, al pasota, a la sensible, a la incomprendida y al intelectualoide (porque lleva gafas). Todo esto en un escenario controlado con apariencia de casa encantada, que no será tal. Detrás del comic están Ian Rankin y Werther Dell’Edera.

La biografía oficial de Rankin informa de que, antes de ser escritor a tiempo completo, trabajó como vendimiador de ocasión, cuidador de cerdos, periodista y músico punk. Por alguna extraña razón, me lo puedo llegar a creer todo. Su guión, aquí, es demasiado irregular. Es como una inmensa uve doble: una gran caída inicial, una tímida remontada, otra caída brusca y… punto. No hay remontada final ni se la espera. Por eso digo que es como una inmensa uve doble. Porque no llega a serlo. El inicio es soporífero, que es lo peor que le puede pasar a una historia. Si los primeros cinco minutos de lectura no solo no te motivan a seguir, sino que logran hacerte bostezar, mejor te vuelves con los cerdos. Después viene el puntazo. El momento “sexto sentido”. Incluso aparece de forma gráfica, porque las páginas se tiñen de oscuridad, con los márgenes y las calles entre viñetas negros. Pero no estoy seguro de que aguantar 119 páginas de mediocridad para sumergirse en un submundo deudor de Clive Barker merezca la pena. Y eso que es lo mejor de todo el tomo. Mi umbral de tolerancia a los cenobitas se encuentra en la primera entrega de Hellraiser. Punto. Se me queda pendiente la semántica visual que hace entre nombres de grupos británicos y estados (alterados) de ánimo de algunos protagonistas, los instantes gore (prestados, también, de Barker) y el concepto poltergeistiano del televisor como umbral entre dos mundos. Pero es que ya lo hemos visto todo con anterioridad y, sí, con mayor brillantez.

Aunque lo peor con diferencia del libro es Werther Dell’Edera. Un dibujante italiano que parece conocer el oficio pero se revela limitado como él solo. Escudándose en una línea seudoesquemática, maldibuja personajes y escenarios, prestando atención únicamente a los primero planos. E incluso ahí resulta repetitivo hasta la nausea. Las únicas viñetas donde parece lucirse son plagios directos de la escuela Kubert. Mal planificador, desaprovecha cualquier oportunidad de lucirse, como en la viñeta donde pretende homenajear la icónica imagen de Nicholson en El Resplandor (here’s Johnny…) que tiene menos fuerza que el champán de seis céntimos. O alumbrando escenas realmente ridículas. Como cuando Constantine exige un cigarro y recibe el pitillo y una sola cerilla para prenderlo (en una de las viñetas peor dibujadas de la historia) y exclama “muy bueno”. ¿Muy bueno? ¿Que le dé sólo una cerilla? ¡Si se encuentra en una habitación repleta de velas encendidas donde poder hacerlo!

Un libro, en definitiva, intrascendente y perfectamente olvidable. Quizá por eso se venda debidamente retractilado. Porque todos sabemos que la televisión basura es mala, pero de ahí a que te lleven los demonios…

2 comentarios:

  1. Lástima, porque los libros de Rankin sí que son muy buenos. Supongo que es un caso de. zapatero a tus zapatos... Me ha gustado tú blog, tiene nervio.

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  2. Gracias, Tristán, por tus palabras. No he leído nada de Rankin aparte de este engendro, pero si lo recomiendas, le echaré un ojo.
    Y para nervio, tendrías que haber conocido la época del Mea Culpa y el No me jodas, Pérez. Con la compañía de Machuca, Olivares y Berrero era mucho más... nervioso!

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