jueves, 22 de julio de 2010

Donde hay velo, hay alegría...


La obligación de todo buen historietista -según los cánones escritos, no escritos y hasta inventados por los maestros del tebeo- consiste en crear en algún momento de su carrera una obra de terror (escribo "terror" y no "miedo" porque muchos, aun en contra de sus intenciones, sólo consiguen eso: tebeos que dan miedo sin ser del género).

Así lo ha venido practicando el Torres durante largo tiempo. Lo del terror, digo. En su época fanzinerosa escribía historietas de 6-8 páginas, casi siempre dibujadas por Antonio Vázquez, que recordaban a los delirios comiqueros del Stan Lee de los 50. En su época de MegaMultimedia invocaba a las musas y se sacaba de la manga a Judas y Jezabel (otra vez con Vázquez), Nancy in Hell, con Juanjo RyP o, como editor, daba a luz a Trece, una revista de género con autores españoles adobada en sangre, vampiros, tripas y sierras eléctricas, con una pizca de añoranza.

Este año, sin embargo, ha roto el molde con El Velo. Sobre todo porque con su lectura llega un momento en que uno se pregunta: ¿Acaso tienes derecho a hacerme pasar miedo cuando te estoy comprando tu trabajo? Como soy por norma sincero yo mismo me respondo que sí, que claro. Porque, señores, El Velo es de (y provoca) Terror, así, con mayúscula y negrita. Y se trata de un placer masoca, que es cuando el lector se acojona, se recrea en el temblor y hasta se refocila sufriendo. Así somos los lectores de tebeos: frikis a conciencia.

El Velo es un gran comic en estos tiempos tan mediocres. Porque en él tenemos de todo. Tenemos a Christine Luna, la detective protagonista con una historia y un don maldito, tenemos policías, tenemos una ciudad típica norteamericana (cuasi stephenkingniana) y a sus extraños habitantes, tenemos flash-backs, misterios, infanticidios, asesinatos, al Hombre Babosa, accidentes de tren, escenas gore y muertos, muchos muertos. Y, además, odio y rencor y amargura y pus...

El Torres es un gran escritor. Ya lo he dicho muchas veces. Es un guionista todo terreno que lo mismo fríe un western que plancha una saga de fantasía heroica. Y es un dialoguista excepcional: las conversaciones entre sus personajes, y los textos de apoyo, son inteligentes, inteligibles, suenan reales. El dibujo de Gabriel Hernández, a ratos meticuloso y a ratos desvaído, siempre inquietante, atmosférico, dejando que lo escrito y la imaginación completen lo apenas sugerido por los trazos, es el complemento ideal (quizá, el pretexto) para que el conjunto sea tan aterradoramente atractivo. Y el círculo lo cierra una edición preciosista de Dibbuks, merced al trabajo de Ricardo Esteban Plaza, que denota mucho oficio y cariño por el resultado final.

Con todo -siempre hay un pero, amigos- la obra no es perfecta. Mientras que dos terceras partes de la historia están planificadas con plomada y tiralíneas, milimétricamente, y todo encaja como en un puzle de los caros, el desenlace se muestra bastante, muy apresurado, dejando que el clímax ruede cuesta abajo sin muchas ganas de poner un freno que, posiblemente, hubiese sido necesario para mayor claridad narrativa.

Pero no nos pongamos bordes ni pejigueros con lupa. Con El Velo tenemos una buena ración de alucinaciones y pesadillas. Un terror cercano, urbano y grave. Y la agradable novedad, la sorpresa, de que se trata de un señor tebeo hecho por dos españolitos de a pie y sin ínfulas, antes bien, tirando a normalicos. Que para un mercado tan ingrato y dramático como el español, es todo un hallazgo. Para que se vea que el Terror, si está bien parido, siempre nos deja un resquicio por el que evadirnos y disfrutar.

3 comentarios:

  1. Me has picado...le echaré un vistazo.
    Saludos

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  2. Merece la pena, David. Te diría que si no te gusta, yo mismo te devolvía los dineros, pero es que te va a gustar!!!!

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  3. Tenías toda la razón: una lectura muy recomendable.
    Saludos

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